Hemos arribado a las lagunas de Ruidera, un capricho de la naturaleza originado por interrupciones calcáreas en el curso del río Guadiana. El agua refleja un color verde turquesa forzado por la luz mortecina del día nublado. No extraña que Cervantes lo escogiera como lugar propio para encantamientos y aventuras fantásticas, pues todo el parque nacional es un edén en medio de una tierra seca, Al-Mansha.
Nuestros chicos del CP Miralvalle y los de Tembleque van descendiendo en pequeños grupos a la cueva de Montesinos que es tanto como bajar a las profundidades de uno mismo, dando por supuesto que dentro de nuestro yo se encuentra el abismo más desconocido (y aquí sí, lo más natural es ser presa del encantamiento porque uno, que no se reconoce a sí mismo, tiende a creer que es otra la imagen que el agua refleja, remansada tras la última gota caída del techo de la cueva). Una tenue luz de linterna guía nuestros pasos dudosos. Las manos enlazadas a modo de natural cordel solidario da más seguridad y aliento al grupo. Las entrañas de la cueva esconden secretos ocultos: murciélagos soñolientos, estalactitas nacientes, más abismo, frío, silencio, soledad y la leve senda que se adentra en la oscuridad más absoluta...
Vueltos sobre nuestros pasos ascendemos y aparece ya la luz hacia nuestro lado más consciente. Las caras conocidas de nuestros amigos nos devuelven al sentido real. Arriba la presencia de un todoterreno y un autobús de de excursionista de la edad tercera certifican de modo inequívoco quiénes somos y dónde estamos.
No me resisto a contar lo que Raquel González, alumna de sexto de primaria de nuestro colegio han contado acerca de su experiencia de este día:
"Íbamos en el autobús cantando y haciendo el tonto como siempre, aunque más cara de tontos se nos quedó al ver las lagunas de Ruidera, que eran preciosas: largas, anchas y de aguas muy verdosas. Nos explicaron que en total había 15, con nombres como Lengua, Salvadora, Redondilla, Colgada... la primera de todas ellas era la laguna del Rey, llamada así porque a Carlos III le gustaba mucho ir a allí. Cada laguna estaba separada por montículos llamados "tobas", que por eso son lagunas y no un río, ya que el flujo está cortado por las tobas. Más tarde nos dirigimos a la cueva de Montesinos a la que descendimos agarrados de la mano y con linternas (en este capítulo Cervantes cuenta que Don Quijote bajó al fondo de la cueva sujeto a una cuerda que sostenía Sancho). Nos contaron la leyenda de Montesinos y de cómo le quitó el corazón a su primo Durandarte, a petición suya, para dárselo a su amada Belerma, y cómo el sabio Merlín convirtió a su escudero Guadiana en río y a la dueña Ruidera y a sus sobrinas que lloraban por ello las convirtió en lagunas, por lo que se las llamó las lagunas de Ruidera. Cuando regresamos a Daimiel íbamos cansados, pero yo miré para atrás y me quedé muy fija mirando las lagunas, imaginándome las lágrimas que tuvieron que echar todas esas mujeres para convertirse en lagunas".
Por la tarde visitamos la casa del Caballero del Verde Gabán. Su dueño amable y caballeroso como el de la novela, al decir de Ana y Marisa, nuestras monitoras, se encontraba ausente. De otro modo nos hubiera permitido entrar y departir amablemente. A veces no hace falta ver para creer que siempre hay buena gente por el mundo, sólo que se ve menos. Tal vez por eso Sancho besaba incesantemente los pies de Don Diego de Miranda maravillado por encontrar un hombre justo.
Nuestros chicos del CP Miralvalle y los de Tembleque van descendiendo en pequeños grupos a la cueva de Montesinos que es tanto como bajar a las profundidades de uno mismo, dando por supuesto que dentro de nuestro yo se encuentra el abismo más desconocido (y aquí sí, lo más natural es ser presa del encantamiento porque uno, que no se reconoce a sí mismo, tiende a creer que es otra la imagen que el agua refleja, remansada tras la última gota caída del techo de la cueva). Una tenue luz de linterna guía nuestros pasos dudosos. Las manos enlazadas a modo de natural cordel solidario da más seguridad y aliento al grupo. Las entrañas de la cueva esconden secretos ocultos: murciélagos soñolientos, estalactitas nacientes, más abismo, frío, silencio, soledad y la leve senda que se adentra en la oscuridad más absoluta...
Vueltos sobre nuestros pasos ascendemos y aparece ya la luz hacia nuestro lado más consciente. Las caras conocidas de nuestros amigos nos devuelven al sentido real. Arriba la presencia de un todoterreno y un autobús de de excursionista de la edad tercera certifican de modo inequívoco quiénes somos y dónde estamos.
No me resisto a contar lo que Raquel González, alumna de sexto de primaria de nuestro colegio han contado acerca de su experiencia de este día:
"Íbamos en el autobús cantando y haciendo el tonto como siempre, aunque más cara de tontos se nos quedó al ver las lagunas de Ruidera, que eran preciosas: largas, anchas y de aguas muy verdosas. Nos explicaron que en total había 15, con nombres como Lengua, Salvadora, Redondilla, Colgada... la primera de todas ellas era la laguna del Rey, llamada así porque a Carlos III le gustaba mucho ir a allí. Cada laguna estaba separada por montículos llamados "tobas", que por eso son lagunas y no un río, ya que el flujo está cortado por las tobas. Más tarde nos dirigimos a la cueva de Montesinos a la que descendimos agarrados de la mano y con linternas (en este capítulo Cervantes cuenta que Don Quijote bajó al fondo de la cueva sujeto a una cuerda que sostenía Sancho). Nos contaron la leyenda de Montesinos y de cómo le quitó el corazón a su primo Durandarte, a petición suya, para dárselo a su amada Belerma, y cómo el sabio Merlín convirtió a su escudero Guadiana en río y a la dueña Ruidera y a sus sobrinas que lloraban por ello las convirtió en lagunas, por lo que se las llamó las lagunas de Ruidera. Cuando regresamos a Daimiel íbamos cansados, pero yo miré para atrás y me quedé muy fija mirando las lagunas, imaginándome las lágrimas que tuvieron que echar todas esas mujeres para convertirse en lagunas".
Por la tarde visitamos la casa del Caballero del Verde Gabán. Su dueño amable y caballeroso como el de la novela, al decir de Ana y Marisa, nuestras monitoras, se encontraba ausente. De otro modo nos hubiera permitido entrar y departir amablemente. A veces no hace falta ver para creer que siempre hay buena gente por el mundo, sólo que se ve menos. Tal vez por eso Sancho besaba incesantemente los pies de Don Diego de Miranda maravillado por encontrar un hombre justo.