lunes, septiembre 25, 2006

Del 1 al Master

¿Qué distancia puede haber entre un master en promoción a la lectura y una asignatura cuatrimestral de literatura infantil en una de las especialidades de Magisterio?. Quizá la misma que del 1 al 10. Exactamente, la que va desde la inexistente formación inicial de los futuros maestros a la oferta postgrado que ya ofrecen varias universidades a cuatro mil euros el master.
Y es que, en esto de la lectura, el mercado se mueve por delante de los tiempos. Nada de que la universidad española está anquilosada u obsoleta, pues a través del más barato de los ingenios tecnológicos publicitarios - el correo electrónico, sí - a uno le llegan las más variadas propuestas para colgarse un master al pecho o al currículo (el personal, claro), que si uno quiere méritos ha de pagarselos, y el de promocionar la lectura, también. La cosa tiene un precio, el justo.

No es vengamos aquí a criticar el libre mercado, la ley de la oferta y la demanda... o los másteres que siguen la estela del artículo 113 de la LOE (¡oh las bibliotecas escolares, cuál el sustantivo, cuál el adjetivo!) o las menciones de especialidad en la futura configuración de la carrera de magisterio. No es que yo culpe a las universidades de cobrar a posteriori (formación continua) lo que niegan a priori (formación inicial), que bien se ve de la mano del MEC en asuntos de planes de estudio. No ignoro que de pecadillos, éstos son veniales. Porque ¿acaso no es bueno lo que a buen fin tiende?.

Mientras tanto, la formación lectora de los más preciados mediadores - los maestros que ya están en sistema y los que están en proceso - permanece en el limbo de la voluntariaedad, de la militancia, de la consciencia profesional crítica. Ni siquiera el inevitable curriculo escolar - ese que tan bien supo usar el franquismo haciendo limpeza étnica del pensamiento libre y que tan poco le luce a la democracia- recoge entre sus contenidos prescriptivos la formación literaria de niños y jóvenes como aprendizajes significativos para crear conciencia personal, para sentirse parte de una cultura que viene de lejos y tiene poso más profundo de lo que ahora regalan las nuevas invenciones "nacionales".

No, no es que yo critique el nuevo mercado floreciente de másteres ad hoc. Es que tampoco he visto iniciativas para hacer llegar las voces de poetas, narradores, del teatro y otras formas de expresión a través de los maestros en ciernes al territorio de quienes, en edad aprender, disponen de una mirada dispuesta a escuchar las más sugerentes historias, las palabras más libres.

¿Qué distancia hay entre el principio y el fin? Tanto como del 1 al Master. Amen

domingo, septiembre 17, 2006

Alguien a quien echar la culpa

La prensa y los políticos no suelen ser tenidos por buenos emisarios, y menos de noticias que no apetece conocer. Todo ha sido dicho de ambos y, sin embargo, todo está por decir. En pocas ocasiones como en este domingo 17 de septiembre se formulan planteamientos tan claros y evidentes - de educación y de responsabilida familiar estoy hablando - como los que aparecen en el diario HOY por doble partida.
De un lado, la Consejera de Educación, Eva María Pérez, afirma con toda la contundencia de su ingenuidad - y por ello más cierta - que "es necesaria una mayor implicación de la familia y repensar la acción del docente". Para quienes estamos en el mundo de la enseñanza esta afirmación no es un lugar común, una frase manida o un recurso escapista del político de turno. Es sencillamente así: hay demasiados padres (aunque menos madres) que ponen la atención a la educación de sus hijos muy por detras de otras preocupaciones, algunas de ellas banales. Y luego sale lo que sale, sacamos malas notas en el examen PISA y quedamos en evidencia respecto a otros países europeos. También hay docentes (pongo el lector el adjetivo de grado) con enfoques profesionales un tanto ajados por el tiempo y no por ello abandonados, que aquí pretendemos renovar los métodos de trabajo con el profesorado activo sin tocar la formación inicial que imparte la universidad.
De otro lado, en el editorial del diario se afirma, con no menos contundencia, que muchos padres y madres tranquilizan sus conciencias echando la culpa a la administración o a los profesores de todos los fracasos de sus hijos, constituyendo ello un gran error, ya que son los padres los primeros responsables de su educación. También de sus escasas ambiciones, de sus pobres metas, de la poca capacidad de esfuerzo y de sus pequeñas virtudes, al decir de Natalia Guinzburg. Los padres tienen mucho que ver con el fracaso escolar, con el abandono de los estudios, con la transmisión de la idea de que, hagas lo que hagas, el papá estado vendrá a socorrerte y te dará pensión, aposento, alimento y cuidado. Para muchos padres, analfabetos en la asignatura del pasado que vivieron sus mayores, la sociedad del bienestar es una suerte de inagotable maná del desierto cuya proyección más perversa es el consumo exacerbado, el dispendio de los recursos naturales y un egoismo insolidario cuando hay menos a repartir, o somos más a repartir, o los que han venido aquí son más pobres que nosotros.
Y cuando las cosas no van bien, la culpa es de los otros, los culpables son los políticos, los profesores o el mensajero que trae la noticia. Siempre hay alguien a quien echar la culpa.