domingo, agosto 28, 2005

Leer es eso y lo otro

Entresaco algunos párrafos e ideas del artículo publicado por Rocío Gil Alvarez en el nº 131 de la prestigosa revista Educación y Biblioteca . Comparto cuanto dice y me reconozco en sus palabras. Pero también sé que hay un más allá de las limitaciones ideológicas a que nos sometemos, por ello me he permitdo añadir, en cursiva, los comentarios personales que me sugieren buscando el otro lado de sus aseveraciones:

1. La lectura no es un conocimiento que se comparta con argumentos exactos y en un momento concreto; muy al contrario, la lectura es un sentimiento y como tal se transmite por contagio y de manera constante.

(Y sin embargo podemos compartir conocimientos a través de textos escritos que, siendo hijos del lugar y del momento, podemos perpeturar en la memoria y servir al lector para que éste los reinterprete a la luz de sus conocimiento previos y motivaciones personales).

2. Podemos incluso a calificar la lectura como una práctica irracional, que no se ajusta a justificaciones tangibles y que escapa de la lógica.

(Y sin embargo cuánto esfuerzo dedican los jóvenes estudiantes a la práctica racional y planificada de la lectura con propósitos académicos, cuánto tiempo les absorbe y qué nula presencia tiene esta actividad en las estadísticas lectoras).

3. La lectura es una actividad individual.

(Y sin embargo... qué hermosa es su vertiente colectiva cuando alguien lee en voz alta para un nutrido grupo de lectores orales que, como los tabaqueros de Cuba, trabajaban mientras escuchan desgranarse, uno a uno, los capítulos de "El Conde de Montecristo". En voz alta y social, con sentido religioso era la lectura en la Edad Media. Y qué gran salto adelante éste (y no el de Mao Tse-tung) de leer en silencio y para uno mismo, como dice Borges que hacía San Ambrosio para sorpresa de muchos).

4. La lectura exige esfuerzo y concentración. Tengamos en cuenta que la lectura es diversión, placer, entretenimiento, pero no un juego.

(Y sin embargo, la lectura puede ser entendida también como un juego, en el sentido de arriesgarse, de exponerse... a interpretar los significados, a ejercitar anticipaciones y regresos por medio de los cuales vamos conformando nuestra personal conclusíón. La lectura puede ser una sucesión de interpretaciones y reinterpretaciones a la luz de lo que dice el texto, a la luz de lo que dice nuestra experiencia y a la luz de lo que el texto dice de otros textos que ya conocemos. En este sentido la lectura tiene algo en común con los juegos de estrategia o habilidad: que disponen de una serie de reglas, pero no imponen un determinado comportamiento al jugador-lector permitiendo que éste haga uso de su creatividad y habilidad.)

5. La lectura necesita paciencia.

(Y sin embargo... también la lectura tiene que ver con la prisa, con la urgencia del dato, con la rapidez del desplazamiento del ojo sobre la pantalla del ordenador, con la ráfaga incesante de imágenes que ininterumpidamente desfilan antes nuestros ojos cuando miramos la televisión. También leemos textos e imágenes sobreexcitados por la tarea y los medios de comunicación).

6. La lectura precisa adiestramiento. Necesita un entrenamiento que poco a poco disminuya el esfuerzo y la impaciencia.

(Es verdad. Y poco puedo yo argumentar para contradecir tan certera aseveración. Si no fuera necesario el esfuerzo dirigido y sistemático la lectura sería sólo patrimonio de los ricos)

7. La lectura invita a la reflexión

(No siempre; hay lecturas que envenenan, en el sentido de que embotan la mente, que llevan más a la ira irracional que al análisis, a la detención y disección del pensamiento. Hay lecturas que se dejan llevar más por la calificación del sustantivo que por las interrogación del verbo.)

martes, agosto 16, 2005

Ruta de Brujas














Organizado por Pedro Diosdado, maestro y concejal del Ayuntamiento de Cañamero, el sábado realizamos una marcha nocturna al "bailaero de brujas" del dolmen del Mirador. No lucía llena la luna y la negritud de la noche nos permitió abstraernos de la negrura del bosque de pinos quemados que nos rodeaba. Por una vez la brujas eran blancas, blancas sus vestiduras y sus conjuros, blancos sus deseos de regeneración, blancos sus rezos y buenos augurios.
Una nueva bruja blanca y joven fue entronizada sobre el viejo dolmen sobre el que se colocaron las calabazas de la buena suerte.
Buena suerte hace falta a estos antiguos valles villuerquinos para no sucumbir bajo el peso de la historia nueva escrita apresuradamente por gentes de ciudad que han olvidado los viejos ritos, la ley vieja, el pausado latir de un mundo que sólo es diferente.

Dolmen vigilante

Sobre el lecho del río Ruecas majestuoso vigila su curso el dolmen milenario que no pasó desapercibido a los ojos de Mario Rosso de Luna

domingo, agosto 14, 2005

El Melonar de los Frailes



En el imaginario colectivo de los niños de Las Villuercas de la era analógica (los relojes - no nuestros relojes - tenían entonces 12 horas) el Melonar de los Frailes era algo así como el maná para los israelitas en su largo peregrinaje a la tierra prometida. Hacia la mitad del camino viejo de Cañamero a Guadalupe, que confluye con el de Berzocana un poco antes de las Cruz de Andrada, se ofrecería al viajero el placer refrescante de cientos y cientos de melones que vendrían a saciar la sed y el hambre del viajero fatigado antes de postrarse a los pies de la Virgen en su Monasterio. Un mar de verdes y elípticos manjares constituían el sueño infantil de quienes escuchábamos desde el suelo, mirando hacia arriba boquiabiertos y embobados las historias de los mayores. El Melonar de los Frailes plasmaba nuestro particular paraíso en una época sino de hambre sí de escasez manifiesta, que si bien mermaba nuestro cuerpo estimulaba ¡y de qué manera! nuestra imaginación.
El hambre y la sed se podían saciar después de un gran esfuerzo con la sóla condición de no desfallecer en el camino, de no renunciar a la meta.
Y así crecimos, en la creencia nunca confirmada, del verdadero sentido de lo que representaba el melonar de los frailes. Más adelante hubo un momento en que percibimos la presencia de una sonrisa burlona de la que antes no nos habíamos percatado. Y empezamos a sospechar que una cruel burla se escondía detrás de tan sugestivo nombre. Nos hicimos mayores. Pero el verdadero momento en que me dí cuenta de que había crecido fue cuando, al recorrer por primera vez el camino, pude ver y pisar el Melonar de los Frailes: un mar de pardos y elípticos cantos de cuarcita fragmentada constituían la cruel realidad no sé si del mito infantil o de la metáfora religiosa. Era el Melonar de los Frailes.

domingo, agosto 07, 2005

La Cruz de Andrada


"Honrado como tú, triste viajero

al pasar por este sitio solitario

me ví asaltado en medio del sendero

por el puñal terrible del sicario;

hice el bien y a quien más con pecho fiero

me envolvió de la muerte en el sudario.

¡Ruega por mí al pasar por mi camino

y que otra sea tu suerte, peregrino!"


A la memoria de Santiago Andrada. Asesinado alevosamente en este sitio el 8 de febrero de 1844 a los 34 años de edad. Su desconsolado hijo Vicente.

Al bordear la presa Cancho del Fresno y un poco antes de llegar a su cola asciende sinuoso un humilde sendero que abandona pinos y alcornoques y se adentra en zona de matorral y monte bajo. Un panel de madera, hace años reluciente letrero indicativo, hoy con el texto y los dibujos desgastados, parece querer indicar la distancia a Guadalupe (unas 2 horas). En lo alto de una pequeña colina se erige una sencilla cruz de piedra sostenida por una base blanca que en su tiempo estuvo enjabelgada. Una placa de hierro, ya oxidada, recoge la plegaria de Vicente Andrada, el hijo del viajero alevosamente asesinado en el lugar.
Era el joven Santiago Andrada un pielero que regresaba de Guadalupe a lomos de su caballo de vender las pieles que durante meses había curtido. Algún conocido, sabedor de su oficio y de su ganancia debió abordarle en el camino ya que no suscitó en Santiago sospecha alguna. Hundir el cuchillo en su pecho, dejarle abandonado y moribundo y huir fue todo uno. La tardanza del joven Santiago Andrada y la llegada solitaria del fiel animal en busca de socorro para su amo movilizó a familiares y vecinos, que encontraron el cuerpo sin vida del pobre pielero despojado también de su dinero.
Cuando su hijo Vicente se hizo mayor, en el mismo lugar del crimen, en el borde del camino solitario que va de Cañamero a Guadalupe, mandó levantar en su memoria la cruz que os he mostrado. Murió Vicente y el sencillo monumento exhibió su placa durante años dando testimonio del suceso. Y, como todo en la vida, cayó en el abandono y en el deterioro, más quiso el azar que un vecino de Cañamero, Juan Martirián, diera noticia de ello a un buen amigo cacereño apellidado Andrada que resultó ser bisnieto de asesinado Santiago, y quiso el bisnieto, personado en el lugar e impresionado por los versos mandados esculpir en el hierro por su abuelo Vicente, perpetuar la memoria de esta historia oída relatar decenas de veces en su infancia. Dispuso, pues, que a su costa un albañil de la localidad conservara y mantuviera digna la memoria de Santiago Andrada mediante el monumento que pasó a ser conocido como La Cruz de Andrada.
Cuando los alumnos de la Escuela Taller recuperaron el viejo camino que recibió el turístico nombre de "Ruta de Isabel la Católica", perdido el rastro de los descendientes del infortunado viajero, olvidado por el albañil su antiguo oficio, volvió a lucir la cruz de blanco.
Hoy, deslucidos los letreros de la ruta, invadido parte del camino por la maleza, me paro solitario a pensar por instante en el suceso de antaño y en la persistencia de la memoria a través del hito del camino. Y en que tal vez, sin ese hito, el hecho hubiera quedado olvidado para siempre, en que, para no enterrar la memoria, los hombres (no en masculino) hemos ido dejando rastro, piedras, hitos o migas de pan...para recordar, para no olvidar.
En todos los años que llevo recorriendo el camino miro con cariño la Cruz de Andrada, me detengo un rato a tomar aire y leo la oxidada placa de hierro. Es entonces cuando percibo con toda nitidez el paso del tiempo.

sábado, agosto 06, 2005

Noticias del Castaño Abuelo















Ayer recorrí los 9 Km que separan Cañamero del "Castaño Abuelo", una delicia de senda verde que serpea bordeando el pantano "Cancho del Fresno" acompañada de pinos, castaños, cerezos y robles. El "Abuelo" es un auténtico superviviente, no sólo del devenir de los siglos que nos han precedido, también del pavoroso incendio que días atrás sufrió la comarca de las Villuercas.
Doy noticia fiel de él: sigue felizmente vivo y felizmente viejo, aunque los achaques propios de su estado que le obligan a sujetar algunas ramas en dos "muletas". El verdor orgulloso de sus hojas y de todo el bosque que le rodea desmiente ostentosamente la triste y negra realidad de otros bosques no lejanos calcinados. Es más, en todo el camino, desde Cañamero, no hay un sólo signo visible que evidencie el paso del fuego en los días pasados.
El Castaño Abuelo es un hito biológico e histórico del que ya hablaban las crónicas del año 1353 definiendo lindes y mojones del ejido de Cañamero. Ha conocido el paso de reales comitivas que desde Guadalupe a Madrigalejo llevaron a morir a Fernando el Católico. Ha servido de frontera y límite entre los términos de Cañamero y Guadalupe. Ha cobijado a cazadores y pastores que con sus ganados que se refugiaban en su roído tronco. Es un testigo del tiempo y de la historia al que hoy quiero rendir tributo y cantar, como Machado a su olmo viejo, la gracia de sus ramas todavía vigorosas sostenidas por un tronco hueco y dos "muletas". También quiero relatar una pequeña historia en su recuerdo.
He oído contar que la Marquesa de la Romana muerto su marido, en la postguerra española vendió a Don José Fernández (gallego creador de Pescanova y muy apreciado en Cañamero por entender y practicar que la propiedad rural tiene obligaciones sociales en forma de trabajo para quienes sólo disponían de sus brazos) las Rañas del Pinar y la finca de Silvadillo, la cual incluía el Castaño Abuelo. Y que prendada de su belleza y de su longevidad no consisntió en desprenderse de tan preciado ejemplar, por ello lo desagregó de Silvadillo y lo agregó a su finca de Mirabel, quedando desde entonces y para siempre dentro de dicha propiedad. No lo olvidan, orgullosos, los de Cañamero, quienes sostienen que el Abuelo está dentro de su término municipal al igual que Silvadillo y que suyo es el Castaño, la memoria y la historia. ¡Lástima que lo haya olvidado la mano cruel que encendió la mecha y puso en peligro su milenaria existencia!.
Mañana (¡siempre mañana!) hablaré de la Cruz de Andrada y del Melonar de los Frailes dos hitos en el camino que también encierran su pequeña y lejana historia que no he de dejar de contar.