al pasar por este sitio solitario
me ví asaltado en medio del sendero
por el puñal terrible del sicario;
hice el bien y a quien más con pecho fiero
me envolvió de la muerte en el sudario.
¡Ruega por mí al pasar por mi camino
y que otra sea tu suerte, peregrino!"
Al bordear la presa Cancho del Fresno y un poco antes de llegar a su cola asciende sinuoso un humilde sendero que abandona pinos y alcornoques y se adentra en zona de matorral y monte bajo. Un panel de madera, hace años reluciente letrero indicativo, hoy con el texto y los dibujos desgastados, parece querer indicar la distancia a Guadalupe (unas 2 horas). En lo alto de una pequeña colina se erige una sencilla cruz de piedra sostenida por una base blanca que en su tiempo estuvo enjabelgada. Una placa de hierro, ya oxidada, recoge la plegaria de Vicente Andrada, el hijo del viajero alevosamente asesinado en el lugar.
Era el joven Santiago Andrada un pielero que regresaba de Guadalupe a lomos de su caballo de vender las pieles que durante meses había curtido. Algún conocido, sabedor de su oficio y de su ganancia debió abordarle en el camino ya que no suscitó en Santiago sospecha alguna. Hundir el cuchillo en su pecho, dejarle abandonado y moribundo y huir fue todo uno. La tardanza del joven Santiago Andrada y la llegada solitaria del fiel animal en busca de socorro para su amo movilizó a familiares y vecinos, que encontraron el cuerpo sin vida del pobre pielero despojado también de su dinero.
Cuando su hijo Vicente se hizo mayor, en el mismo lugar del crimen, en el borde del camino solitario que va de Cañamero a Guadalupe, mandó levantar en su memoria la cruz que os he mostrado. Murió Vicente y el sencillo monumento exhibió su placa durante años dando testimonio del suceso. Y, como todo en la vida, cayó en el abandono y en el deterioro, más quiso el azar que un vecino de Cañamero, Juan Martirián, diera noticia de ello a un buen amigo cacereño apellidado Andrada que resultó ser bisnieto de asesinado Santiago, y quiso el bisnieto, personado en el lugar e impresionado por los versos mandados esculpir en el hierro por su abuelo Vicente, perpetuar la memoria de esta historia oída relatar decenas de veces en su infancia. Dispuso, pues, que a su costa un albañil de la localidad conservara y mantuviera digna la memoria de Santiago Andrada mediante el monumento que pasó a ser conocido como
Cuando los alumnos de
Hoy, deslucidos los letreros de la ruta, invadido parte del camino por la maleza, me paro solitario a pensar por instante en el suceso de antaño y en la persistencia de la memoria a través del hito del camino. Y en que tal vez, sin ese hito, el hecho hubiera quedado olvidado para siempre, en que, para no enterrar la memoria, los hombres (no en masculino) hemos ido dejando rastro, piedras, hitos o migas de pan...para recordar, para no olvidar.
En todos los años que llevo recorriendo el camino miro con cariño