De un lado, la Consejera de Educación, Eva María Pérez, afirma con toda la contundencia de su ingenuidad - y por ello más cierta - que "es necesaria una mayor implicación de la familia y repensar la acción del docente". Para quienes estamos en el mundo de la enseñanza esta afirmación no es un lugar común, una frase manida o un recurso escapista del político de turno. Es sencillamente así: hay demasiados padres (aunque menos madres) que ponen la atención a la educación de sus hijos muy por detras de otras preocupaciones, algunas de ellas banales. Y luego sale lo que sale, sacamos malas notas en el examen PISA y quedamos en evidencia respecto a otros países europeos. También hay docentes (pongo el lector el adjetivo de grado) con enfoques profesionales un tanto ajados por el tiempo y no por ello abandonados, que aquí pretendemos renovar los métodos de trabajo con el profesorado activo sin tocar la formación inicial que imparte la universidad.
De otro lado, en el editorial del diario se afirma, con no menos contundencia, que muchos padres y madres tranquilizan sus conciencias echando la culpa a la administración o a los profesores de todos los fracasos de sus hijos, constituyendo ello un gran error, ya que son los padres los primeros responsables de su educación. También de sus escasas ambiciones, de sus pobres metas, de la poca capacidad de esfuerzo y de sus pequeñas virtudes, al decir de Natalia Guinzburg. Los padres tienen mucho que ver con el fracaso escolar, con el abandono de los estudios, con la transmisión de la idea de que, hagas lo que hagas, el papá estado vendrá a socorrerte y te dará pensión, aposento, alimento y cuidado. Para muchos padres, analfabetos en la asignatura del pasado que vivieron sus mayores, la sociedad del bienestar es una suerte de inagotable maná del desierto cuya proyección más perversa es el consumo exacerbado, el dispendio de los recursos naturales y un egoismo insolidario cuando hay menos a repartir, o somos más a repartir, o los que han venido aquí son más pobres que nosotros.
Y cuando las cosas no van bien, la culpa es de los otros, los culpables son los políticos, los profesores o el mensajero que trae la noticia. Siempre hay alguien a quien echar la culpa.
De otro lado, en el editorial del diario se afirma, con no menos contundencia, que muchos padres y madres tranquilizan sus conciencias echando la culpa a la administración o a los profesores de todos los fracasos de sus hijos, constituyendo ello un gran error, ya que son los padres los primeros responsables de su educación. También de sus escasas ambiciones, de sus pobres metas, de la poca capacidad de esfuerzo y de sus pequeñas virtudes, al decir de Natalia Guinzburg. Los padres tienen mucho que ver con el fracaso escolar, con el abandono de los estudios, con la transmisión de la idea de que, hagas lo que hagas, el papá estado vendrá a socorrerte y te dará pensión, aposento, alimento y cuidado. Para muchos padres, analfabetos en la asignatura del pasado que vivieron sus mayores, la sociedad del bienestar es una suerte de inagotable maná del desierto cuya proyección más perversa es el consumo exacerbado, el dispendio de los recursos naturales y un egoismo insolidario cuando hay menos a repartir, o somos más a repartir, o los que han venido aquí son más pobres que nosotros.
Y cuando las cosas no van bien, la culpa es de los otros, los culpables son los políticos, los profesores o el mensajero que trae la noticia. Siempre hay alguien a quien echar la culpa.