¿Puede una madre despedir a su hijo si de forma reiterada y sin propósito de enmienda inclumple una y cien veces sus pequeñas y grandes obligaciones, desobedece, se hace el sordo, es irrespetuoso y miente cuando afirma que va a cambiar?.
Esta es la propuesta inicial de lectura que hacemos a padres e hijos antes de abrir este libro de Jordi Sierra y Fabra -prolífico escritor de literatura infantil y juvenil que acaba de poner en marcha una fundación para ayudar a los escritores jóvenes - publicado por Alfagura (Colección Próxima Parada Alfaguara) que ya va por su sèptima edición.
Confieso que no me gustan los libros compuestos ad hoc, cuando la editorial de turno encarga al autor ciertos temas en boga. Eso ha ocurrido cuando se ha pretendido desarrollar los llamados Temas Transversales a partir de ficciones, sin peso ni sustancia, que no eran sino el encuadre sobre el que plasmar la moralina de turno. Por el contrario, pienso que la buena literatura no necesita, ni debe, dar respuestas preconcebidas, ofrecer certezas, sino dudas, interrogantes e intranquiliad. Por esto me gusta este pequeño libro para chicos y chicas de 8 a 11 años, ya que presenta una atmósfera creíble en la que la cuestión central parece fuera de toda duda: las vecinas, el viejo del parque, el abogado, los policías están persuadidos de ello. De forma que en la educación de los hijos - de los propios se entiende, que de los ajenos no parece interesar mucho al personal - plantea una novedosa forma de resolver los conflictos que quizá haga dudar a unos hijos, los de hoy, demasiado acostumbrados a la impunidad de la cesión final de los padres en una negociación en la que se han convertido en auténticos maestros.
No quiero parecer perverso, pero quizá al desenlace final le hubiera faltado crear un pequeño toque de inquietud, aunque, tal vez, el autor ha dejado transcurrir la historia por unos cauces naturales dentro de su lógica interna.
Sí, ya sé que para algunos escritores la literatura infantil y juvenil no es una verdadera literatura, y que por lo tanto no merece la pena la discusión. Es cierto que se escribe mucho y mal, pero hay que saber reconocer lo bueno. En fin, cada cual tiene derecho a vivir en el propio universo que se ha creado.
Esta es la propuesta inicial de lectura que hacemos a padres e hijos antes de abrir este libro de Jordi Sierra y Fabra -prolífico escritor de literatura infantil y juvenil que acaba de poner en marcha una fundación para ayudar a los escritores jóvenes - publicado por Alfagura (Colección Próxima Parada Alfaguara) que ya va por su sèptima edición.
Confieso que no me gustan los libros compuestos ad hoc, cuando la editorial de turno encarga al autor ciertos temas en boga. Eso ha ocurrido cuando se ha pretendido desarrollar los llamados Temas Transversales a partir de ficciones, sin peso ni sustancia, que no eran sino el encuadre sobre el que plasmar la moralina de turno. Por el contrario, pienso que la buena literatura no necesita, ni debe, dar respuestas preconcebidas, ofrecer certezas, sino dudas, interrogantes e intranquiliad. Por esto me gusta este pequeño libro para chicos y chicas de 8 a 11 años, ya que presenta una atmósfera creíble en la que la cuestión central parece fuera de toda duda: las vecinas, el viejo del parque, el abogado, los policías están persuadidos de ello. De forma que en la educación de los hijos - de los propios se entiende, que de los ajenos no parece interesar mucho al personal - plantea una novedosa forma de resolver los conflictos que quizá haga dudar a unos hijos, los de hoy, demasiado acostumbrados a la impunidad de la cesión final de los padres en una negociación en la que se han convertido en auténticos maestros.
No quiero parecer perverso, pero quizá al desenlace final le hubiera faltado crear un pequeño toque de inquietud, aunque, tal vez, el autor ha dejado transcurrir la historia por unos cauces naturales dentro de su lógica interna.
Sí, ya sé que para algunos escritores la literatura infantil y juvenil no es una verdadera literatura, y que por lo tanto no merece la pena la discusión. Es cierto que se escribe mucho y mal, pero hay que saber reconocer lo bueno. En fin, cada cual tiene derecho a vivir en el propio universo que se ha creado.