Anoche cuando bajé a tirar la basura encontré arrugada y caída junto al contenedor la página de un diario. Correspondía al día 13 de octubre de 2005. Tal vez las notas escritas por su dueño no consigan entusiasmar a nadie, ni siquiera a él mismo que no ha querido conservar el recuerdo de ese día. Yo no he podido resisitir la tentación de transcribir cuando se narra en esa hoja caída en el otoño:
"Ayer 12 de octubre, que como te dije es mi benemérito cumpleaños, fuimos a pasar el día con mi hijo Miguel a Madrid. Y no se os ocurrió más peregrina idea que recalar en el centro comercial y de ocio Xanadú (Juanadú, según mi hermano Paco), situado más allá de Móstoles, ciudad ya de por sí denominada "el más allá" por el gracejo madrileño. Si no estaba todo Madrid, casi. Pues bien a las 18:30 se produjo una estampida humana debido a una falsa alarma de incendio, que el personal, de boca a oreja y a falta de otra información, la definió como alarma de bomba: todos - o sea, miles y miles de aburridos ciudadanos, que qué coños se nos había perdido en el Juanadú, salimos corriendo a la calle en plena torrencial tormenta otoñal. Puedes imaginarte la escena: gentes de toda clase, condición y edad telefoneando en vano a los suyos a quienes había perdido en el caos, niños llorando buscando en vano la mano materna, empapados todos por el agua, saturada la red telefónica móvil... no existían los vigilantes jurados, ni protección civil, ni policia, ni guardia civil (era su día)... La gente corría a sus coches para huir del desconcierto, el miedo y la confusión y cayó de lleno en un monumental atasco que duró hasta las 11 de la noche.
Ayer, día de la hispanidad (así, con minúscula), aprendí que los centros comerciales, los estadios de fútbol, los macroconciertos y todo eso, son unas monumentales ratoneras donde la protección civil y los planes de evacuación no existen, que cuando suceden las desgracias siempre estamos solos, que nadie acude, que no importamos. Cuando por fin, 5 horas después, puede salir de allí y enfilar la autovía A5 hacia Extremadura, me decía a mí mismo si aquello no había sido un castigo divino por bobos, por ir a emplear nuestro valioso tiempo, nuestro dinero y, lo que es peor, nuestra seguridad nunca velada por quienes dicen preocuparse por nosotros, en un centro comercial".
"Ayer 12 de octubre, que como te dije es mi benemérito cumpleaños, fuimos a pasar el día con mi hijo Miguel a Madrid. Y no se os ocurrió más peregrina idea que recalar en el centro comercial y de ocio Xanadú (Juanadú, según mi hermano Paco), situado más allá de Móstoles, ciudad ya de por sí denominada "el más allá" por el gracejo madrileño. Si no estaba todo Madrid, casi. Pues bien a las 18:30 se produjo una estampida humana debido a una falsa alarma de incendio, que el personal, de boca a oreja y a falta de otra información, la definió como alarma de bomba: todos - o sea, miles y miles de aburridos ciudadanos, que qué coños se nos había perdido en el Juanadú, salimos corriendo a la calle en plena torrencial tormenta otoñal. Puedes imaginarte la escena: gentes de toda clase, condición y edad telefoneando en vano a los suyos a quienes había perdido en el caos, niños llorando buscando en vano la mano materna, empapados todos por el agua, saturada la red telefónica móvil... no existían los vigilantes jurados, ni protección civil, ni policia, ni guardia civil (era su día)... La gente corría a sus coches para huir del desconcierto, el miedo y la confusión y cayó de lleno en un monumental atasco que duró hasta las 11 de la noche.
Ayer, día de la hispanidad (así, con minúscula), aprendí que los centros comerciales, los estadios de fútbol, los macroconciertos y todo eso, son unas monumentales ratoneras donde la protección civil y los planes de evacuación no existen, que cuando suceden las desgracias siempre estamos solos, que nadie acude, que no importamos. Cuando por fin, 5 horas después, puede salir de allí y enfilar la autovía A5 hacia Extremadura, me decía a mí mismo si aquello no había sido un castigo divino por bobos, por ir a emplear nuestro valioso tiempo, nuestro dinero y, lo que es peor, nuestra seguridad nunca velada por quienes dicen preocuparse por nosotros, en un centro comercial".