Ayer recibimos en nuestro colegio a Estela D´Angelo. Estela es profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Argentina de origen y de acento es también Presidenta de AELE (Asociación Española para la lectura y la escritura). Al tiempo dirige una publicación digital - www.dioperico.com - que os recomiendo visitar. Me ha dado la impresión de que es una trabajadora a pie de obra: igual entusiamo derrama en la universidad, que en un seminario de profesores o con los padres de un colegio como el nuestro.
El motivo de su presencia era una charla-coloquio con padres y profesores que tenía como argumento "que nuestros chicos lean y escriban, una tarea de todos". Y no nos ha decepcionado. Sencillas, claras y contundentes han sido sus propuestas y su visión de la lectura y la escritura en una realidad educativa en la que los "muchos chicos y chicas de hoy, que han aprendido a negociar sin complejos con los adultos y no aceptan la autoridad tal como la entendíamos antes" salen fuera del sistema porque el "sistema" no ha sido capaz de aceptar y digerir que el aprendizaje debe estar íntimamente conectado a su experiencia vital. Leemos y escribimos con entusiasmo cuando nos jugamos mucho en ello, cuando hacemos un guión original, no una fotocopia de grafías escritas por otros en las que no nos reconocemos.
Estas son las ideas que ha vertido y que os traslado, a partir de un sencillo apunte que en síntesis apresurada me ha recordado mi compañera Puerto Blázquez y que yo re-creo desde mi interpretación personal:
Leemos con intención. Leemos por una u otra razón, y esto es lo importante. Nadie lee por leer. La lectura no es una práctica metalingüística. El motivo que nos mueve a leer es el mejor remedio para avivar una llama que no precisa de artificios innecesarios.
Leer no es decodificar. Más allá del código objetivo está la interpretación que cada uno de nosotros hacemos acerca de lo leído y que siempre será diferente a la que otro hace. En ello reside la riqueza inagotable de la palabra escrita. (¿Podemos imaginar esta función de la lectura si existiera una policía del pensamiento a modo de hipótesis orwelina?).
Es bueno leer con los chicos comentando el significado que ellos y nosotros atribuimos a los textos. Poner en común las ideas entre padres e hijos, maestros y alumnos es abrir enormes puertas a la comunicación interpersonal, a la relación entre seres humanos que se respetan, se aprecian y no se impone el uno sobre el otro.
El error forma parte del proceso de aprendizaje. Aprender a escribir sin errores no forma parte de la realidad, sino de la magia. A veces sorprende que sesudas personas mayores (padres y maestros) al par que creen en duendes y magos exigen una impecable cuenta de resultados. Y es que en nuestra sociedad perfeccionista está mal visto el error. Es preciso hacerlo todo bien desde el principio. Quizá debiéramos poner en todos los trabajos escolares una cinta roja con la inscripción "para no dañar la sensibilidad del lector se advierte que el presente contenido está realizado por una persona que está aprendiendo". Habría mucho que discutir acerca de si esta intolerancia es el poso de la racionalidad francesa o de la más moderna dicotomía americana del "winners or losers".
Lo cierto es que para aprender no queda más remedio que equivocarse. Para aprender a escribir también. Y un mínimo respeto al trabajo de nuestros alumnos, a veces realizado con gran esfuerzo, debiera aconsejarnos ser pacientes con el error, dejar tiempo a que el fruto madure, a que posteriores elaboraciones de los textos se enriquezcan con nuevas experiencias. Y es que uno pone toda la carne en el asador de la escritura cuando en ello te va la vida, que es una forma de denominar a nuestra experiencia vital.
A la norma llegamos con el uso, pero si hacemos abuso de la norma estaremos matando la motivación, el impulso que nos mueve a poner blanco sobre negro una parte de nosotros mismos. El lenguaje es mucho más que la norma. Construir un pensamiento más afinado y evocarle en la caligrafía significa sentir el palpitar del punto y seguido, estremecerse con la exclamación, dudar con una interrogación, ser capaz de aceptar el desafío convencional de la ortografía, seguir los elegantes bucles de una caprichosa caligrafía. Y todo ello es vivir una experiencia para la que necesitamos tiempo. De otra forma aceptaríamos el aserto de aquel que decía que lo único que le parecía mal de los jóvenes es que no tenían experiencia".
Y sin embargo, la riqueza y vivacidad de la charla no se ha visto acompañada por la asistencia de muchos padres. ¿Cómo es posible que no hayan venido más padres/madres de 3º a 6º de primaria?. Me pregunto si al leer el título la gran mayoría de ellos haya pensado que su hijo o hija ya sabe leer, entendiendo por leer descifrar el código. Y que lo demás es cuestión de la maestra.
Tal vez no hayan reparado que leer y escribir es una actitud vital y que, como en el resto de las cosas importantes de la vida de un niño o de una niña de primaria, debiera ser acompañado por sus padres desde una cierta distancia, justo la que permita seguir el proceso y, al tiempo, dejar la autonomía suficiente para el desenvolvimiento personal.
Quizá padres y maestros debamos reflexionar conjuntamente y preguntarnos ¿Qué es leer y escribir?
El motivo de su presencia era una charla-coloquio con padres y profesores que tenía como argumento "que nuestros chicos lean y escriban, una tarea de todos". Y no nos ha decepcionado. Sencillas, claras y contundentes han sido sus propuestas y su visión de la lectura y la escritura en una realidad educativa en la que los "muchos chicos y chicas de hoy, que han aprendido a negociar sin complejos con los adultos y no aceptan la autoridad tal como la entendíamos antes" salen fuera del sistema porque el "sistema" no ha sido capaz de aceptar y digerir que el aprendizaje debe estar íntimamente conectado a su experiencia vital. Leemos y escribimos con entusiasmo cuando nos jugamos mucho en ello, cuando hacemos un guión original, no una fotocopia de grafías escritas por otros en las que no nos reconocemos.
Estas son las ideas que ha vertido y que os traslado, a partir de un sencillo apunte que en síntesis apresurada me ha recordado mi compañera Puerto Blázquez y que yo re-creo desde mi interpretación personal:
Leemos con intención. Leemos por una u otra razón, y esto es lo importante. Nadie lee por leer. La lectura no es una práctica metalingüística. El motivo que nos mueve a leer es el mejor remedio para avivar una llama que no precisa de artificios innecesarios.
Leer no es decodificar. Más allá del código objetivo está la interpretación que cada uno de nosotros hacemos acerca de lo leído y que siempre será diferente a la que otro hace. En ello reside la riqueza inagotable de la palabra escrita. (¿Podemos imaginar esta función de la lectura si existiera una policía del pensamiento a modo de hipótesis orwelina?).
Es bueno leer con los chicos comentando el significado que ellos y nosotros atribuimos a los textos. Poner en común las ideas entre padres e hijos, maestros y alumnos es abrir enormes puertas a la comunicación interpersonal, a la relación entre seres humanos que se respetan, se aprecian y no se impone el uno sobre el otro.
El error forma parte del proceso de aprendizaje. Aprender a escribir sin errores no forma parte de la realidad, sino de la magia. A veces sorprende que sesudas personas mayores (padres y maestros) al par que creen en duendes y magos exigen una impecable cuenta de resultados. Y es que en nuestra sociedad perfeccionista está mal visto el error. Es preciso hacerlo todo bien desde el principio. Quizá debiéramos poner en todos los trabajos escolares una cinta roja con la inscripción "para no dañar la sensibilidad del lector se advierte que el presente contenido está realizado por una persona que está aprendiendo". Habría mucho que discutir acerca de si esta intolerancia es el poso de la racionalidad francesa o de la más moderna dicotomía americana del "winners or losers".
Lo cierto es que para aprender no queda más remedio que equivocarse. Para aprender a escribir también. Y un mínimo respeto al trabajo de nuestros alumnos, a veces realizado con gran esfuerzo, debiera aconsejarnos ser pacientes con el error, dejar tiempo a que el fruto madure, a que posteriores elaboraciones de los textos se enriquezcan con nuevas experiencias. Y es que uno pone toda la carne en el asador de la escritura cuando en ello te va la vida, que es una forma de denominar a nuestra experiencia vital.
A la norma llegamos con el uso, pero si hacemos abuso de la norma estaremos matando la motivación, el impulso que nos mueve a poner blanco sobre negro una parte de nosotros mismos. El lenguaje es mucho más que la norma. Construir un pensamiento más afinado y evocarle en la caligrafía significa sentir el palpitar del punto y seguido, estremecerse con la exclamación, dudar con una interrogación, ser capaz de aceptar el desafío convencional de la ortografía, seguir los elegantes bucles de una caprichosa caligrafía. Y todo ello es vivir una experiencia para la que necesitamos tiempo. De otra forma aceptaríamos el aserto de aquel que decía que lo único que le parecía mal de los jóvenes es que no tenían experiencia".
Y sin embargo, la riqueza y vivacidad de la charla no se ha visto acompañada por la asistencia de muchos padres. ¿Cómo es posible que no hayan venido más padres/madres de 3º a 6º de primaria?. Me pregunto si al leer el título la gran mayoría de ellos haya pensado que su hijo o hija ya sabe leer, entendiendo por leer descifrar el código. Y que lo demás es cuestión de la maestra.
Tal vez no hayan reparado que leer y escribir es una actitud vital y que, como en el resto de las cosas importantes de la vida de un niño o de una niña de primaria, debiera ser acompañado por sus padres desde una cierta distancia, justo la que permita seguir el proceso y, al tiempo, dejar la autonomía suficiente para el desenvolvimiento personal.
Quizá padres y maestros debamos reflexionar conjuntamente y preguntarnos ¿Qué es leer y escribir?