martes, junio 14, 2005

El archivo de Salamanca: buena y mala memoria

"Era la biblioteca de mi padre, los libros de historia y literatura con los que yo había crecido, revistas de mis abuelos con imágenes que recordaré siempre y cartas de políticos que escribían a mi padre. No eran libros de la guerra, eran libros y documentos de mi padre. Yo también había trabajado en esos libros, ya que como había estudiado en la Escuela de Bibliotecarias, en 1938 los estaba ordenando de acuerdo a la CDU (Clasificación Decimal Universal) y los números de la CDU figuran escritos de mi puño y letra. Por eso quiero recuperar la biblioteca de mi padre Antonio Rovira i Virgili, presidente que fue del Parlament de Catalunya".
Así se expresaba esta tarde, y cito de memoria, Teresa Rovira, de 86 años, en el programa "La Ventana" de la Cadena Ser, argumentando sus razones para reclamar la devolución de todo lo que le fue incautado por las tropas franquistas cuando entraron en su casa y requisaron cuanto había en la biblioteca familiar.
Igual se podría decir de los papeles de Sociedad Obrera "Los Mártires" de Berzocana, mi pueblo, que podrían mostrar, es un suponer, el reparto de actores de una obra de Lope o de Jacinto Benavente , los esfuerzos pedagógicos por alfabetizar a los que no sabían leer o las letras de las "estudiantinas" que se cantaban por carnavales.
Historias sencillas como la que hoy nos contaba Teresa Rovira pueden ayudarnos a entender por qué hay cosas que devolver del expolio franquista. Algunas a particulares otras a instituciones. Bueno es que permanezcan los documentos que archivan la memoria de lo que pasó, para saberlo, para recordarlo y para no repetirlo. Pero también el derecho y la razón histórica de casos documentados han de prevalecer, restituyendo cuanto de rapiña se hizo en los bienes culturales de los derrotados. Esta restitutución es el mejor desagravio frente a la barbarie de los vencedores de la guerra incivil. La devolución representa la recuperación de la buena memoria. Esa manifestación en las calles de Salamanca, global y sin matices, consecuencia de la excitación cerril de quienes quisieran guardar bajo siete llaves el pasado, es el producto agnósico de la mala memoria, es tanto como decir de la mala conciencia (con todo el respeto para quienes, sin ella, han acudido a la misma sintiéndose víctimas de un robo, por cierto de lo que antes fue robado).
Volviendo a mi pueblo, uno entiende que no nos devuelvan las actas de la muerte de Chapinal, dejado muerto en una cuneta tras descerrajarle dos tiros en la nuca. Si es que alguna vez hubiera habido constancia escrita de tal suceso y si a lo de Chapinal se le pudiese calificar como muerte. Pero claro, a los de Berzocana nunca les restituirán su archivo cultural, ni nadie reclamará esos papeles, por otra parte ignorados y nunca tenidos en cuenta. Es más hasta es probable que nunca hayan existido. Vamos, que no hay memoria de la palabra escrita, ni buena, ni mala. Esa es la diferencia entre una cultura viva y la amnesia secuestrada de nuestra cultura popular de preguerra, entre una nacionalidad y una región. Entre Cataluña y Extremadura.